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Cuando dos muertes nos definen

08/02/2023 12:52 Opinión
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Cuando dos muertes nos definen Cuando dos muertes nos definen

Por María Rita Oubiña. Periodista

Si maneja las redes sociales con regular asiduidad, más estos últimos días en los que la sociedad se vio conmocionada por dos muertes inenarrables,   probablemente se habrá encontrado con la imagen de Lucio Dupuy Y Fernando Báez Sosa, caminando de la mano hacia el mismísimo cielo, en un dibujo muy tierno y elocuente. El filósofo Plotino decía que la muerte es una transmutación, no una desgarradora partida. Pero somos demasiado humanos, y lo que más nos moviliza son las características de ambos asesinatos, tan crueles que no podemos asumir semejante exégesis como para encontrar las respuestas a la maldad personificada; en un caso por una pareja militante de una ideología y en el otro, por esa suerte de aldeas sociales que ejercen la fuerza física como un ritual urbano de demostración de quién ostenta el poder, a puro golpe, para dejar sentado, quién es el macho alfa.

En la imagen aludida, vemos dos “ángeles”, “dos seres transformándose”.


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A esta altura, el concepto justicia, tal y como se ha dado en ambos casos, pareciera insuficiente. Son senderos que podemos transitar como espectadores, uno, el de la aceptación a desgano de los designios de la justicia, de que hay ciertas normas de convivencia dentro de las cuales se juegan los destinos de los seres humanos,  y que las cadenas perpetuas no son perpetuas, a lo sumo son condenas extensas y no son tan reparatorias. La otra forma de ver ambas espantosas muertes es la de la transformación del dolor en una fe sublime en otra dimensión, esa dimensión a la que las almas puras (como la de estos dos chicos retratados en la imagen difundida) se están dirigiendo.

En este mundo de redes sociales en la que todos se sienten validados para la opinión, he leído con no poco horror (sin cabida para eufemismo alguno) las palabras de algunas erráticas escribas, en el sentido de que las condenas a la progenitora de Lucio y su pareja, les habían arruinado la vida. Que las castigaban por pertenecer a un cierto grupo militante, en la lucha por sus derechos a ejercer su elección sexual.

En el caso Fernando, dos conocidos periodistas capitalinos, quisieron morigerar la malicia notoria de los ocho rugbiers diciendo que “son cosas que pasan siempre”, o que “no todos opinan lo que realmente piensan” dando lugar a la creencia, equivocada e infame por cierto, de que una parte honorable de la sociedad puede siquiera esbozar algún atisbo de comprensión sobre el asesinato de Fernando, o alguna indulgencia hacia los crueles asesinos.


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Somos la sociedad que armamos, mezcla de charlas de oficina y comentarios de diversa agresividad en twitter.  Somos lo que vemos en televisión, más la información que queriéndolo o no, nos atraviesa cada vez que nos topamos con algún dispositivo.

Y se podría decir que la vida no se mide en gigas, pero nos impacta, y lo peor es que maneja la formación de un inconsciente colectivo, a veces equivocado y disforme.

La mayor parte de la población que recibió las noticias y los vaivenes de ambos crímenes, se solidarizó, y también se confundió. La hiper información suele ser la madre de todo caos.

Más allá de que las peleas continúan y que el mundo pareciera siempre estar en su punto de ebullición, allá afuera, donde resuenan bombos, donde la gente grita, donde todos reclaman sus derechos, donde la gente discute por el tránsito, allí mismo en algún punto hay un oasis, quiero estar segura de que hay más gente buena que mala. Lo que pasa es que estamos más reactivos y los malos hacen más barullo.

Lloramos las muertes de Lucio y Fernando por nuestras posibles muertes cercanas. Duelar es eso, es sufrir por empatía.


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Porque pensamos en los otros hijos de madres asesinas que hay esparcidas por el mundo, porque pensamos que hay muchos jóvenes impunes, queriendo demostrar sus falsas hombrías, acechando a quien olfatean más débil. Porque el mundo es un conjunto imperfecto en el que cohabitan píos e impíos. En el primer conjunto están Lucio y Fernando, que debieron trascender esta dimensión para que al menos, como género humano, nos hagamos una serie de necesarias preguntas.

Mientras tanto, sigo parafraseando al pensador que creía en el sentido de la muerte como una trascendencia y transcribo su pensamiento, dedicado a las dos almas puras que ahora, seguramente, están en justa paz:

“Permitámonos, por lo tanto, ascender al bien mismo, que toda alma desea; y en el que sólo se puede encontrar el reposo perfecto”.

Que así sea.


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