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Un día con Ricardo Sgoifo

04/06/2016 19:48 Viceversa
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Un día con Ricardo Sgoifo Un día con Ricardo Sgoifo

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Fue a la hora prima que nos conocimos,

un poco antes de amanecer. Era

1970, y yo venía de lejos y quería aprender.

Comencé enseñando, que es la manera

de encontrarse con los que también

quieren saber, y de esa manera se

produce cierta comunicación secreta

entre uno y otros, olvidada ya la frontera

entre profesor y alumno, que según

Samuel Schkolnik son el mismo.

Nuestra amistad fue fresca y juguetona,

y llena de aprendizajes mutuos.

Ambos leíamos a Chesterton, compartíamos

algunos territorios de la cristiandad,

y nos gustaba cruzar sus fronteras,

allí donde rigen las leyes del mito originante.

Por esos tiempos él era un peregrino,

y viajaba por recónditas catamarcas,

tentadoras córdobas, profundos

quimilíes y hasta hizo un viaje para

respirar los aires buenos del puerto, para

formarse una idea general del caso.

él sabía ya de muchas cosas, y era un

verdadero maestro, pero no me di cuenta

hasta la hora tercia, cuando lo reconocí

en tal función en su casa de la calle

Entre Rios, dando clases de historia,

política y cultura que interrumpía para

cantar unas coplitas, usando la mesa como

bombo.

En la hora cuarta estábamos con

Anuna y Alfredo Palumbo en casa de

la Teresa, con Marta Elvira Guzmán en

la librería Inquietudes, y con el Gringo

Herrera, Quique Trotta y otros amigos

iluminados desde el alba por el ritual religioso

de diciembre, de Tuama a Sumamao,

hermanando vírgenes y santos

que proliferaban en cantos y dramas colectivos

celebrados con el augurio mágico

del renacimiento navideño y del verano.

Ha vuelto a madurar el maná de la

algarroba, que promete futuro, y además

aloja. Oh, bien sensitivo a la aloja

fueron Sgoifo y Palumbo, y yo seguilos

como disciplinado acólito. Una fiesta

secreta indicaban estos signos. Hacia

allí marchó Sgoifo, osado y sonriente

navegante que a manera de Ulises abrazó

el árbol Solo, y se sumergió en su entraña

para buscar su camino. Hay una

novela en sus cuadernos de viaje.

Diestro en salamancas y seguramente

ya graduado, pudimos escucharlo en

esos soliloquios inolvidables que nunca

grabamos a tiempo. Sea la oralidad,

como en otros maestros, el signo de la

maestría de Sgoifo en el arte de decir.

Por su voz conocimos aquella Canción

Libre que le escribió Leopoldo Marechal

a Santiago del Estero.

De pronto estamos en la hora del almuerzo.

él sabe desear, por ejemplo, un

mistela dulzón, frío, en copita. Pero la

institución en que nos encontrábamos

en ese momento no podía proveer esta

terapéutica. Sgoifo dedujo entonces

que no estábamos todavía en el paraíso,

cosa que acepté en el acto como verdad

evidente, lamentando que la falta de la

especie vino y una galletita sin sal nos

hubiera permitido una ceremonia sacrificial

completa, común a quienes comparten

la cultura de la misa.

Tras mi desánimo, Sgoifo se mostró

positivo y lleno de alabanzas, y dijo que

la enunciación del deseo contenía la semilla

de su satisfacción, pero que esta

condición sólo se cumpliría si el espíritu

del deseante se encontrase despojado

de vanidades y prisas. Comprendí en el

acto que él estaba en condiciones de comulgar,

y que ya lo había hecho in pectore,

pero yo todavía no.

A la hora sexta, mientras otros dormían,

tenía su programa en la radio

FM Estudio Uno de la Ucse: recuperó

la Historia de los Barrios y las sensibles

voces vidaleras en El Canto Nuestro.

Con sabias reflexiones acompañó momentos

difíciles de la historia local. Dije

ya que sabía decir y agrego que ese era

su don. Marcela Espíndola puede testimoniar

mejor que yo su labor en la radio.

En la hora nona, al anochecer, compartimos

patios de tierra, bibliotecas y

eventos académicos y políticos. En su rol

de mentor cultural acompañó siempre los

encuentros de jóvenes investigadores.

Los otros días estábamos otra vez

conversando, ahora con un vino espeso

y cargado de vivencias. De pronto sonó

la hora décima:- Ya se ha hecho noche.

Ahora tengo que irme porque me espera

la Peli.

-Entonces mañana nos vemos- le digo-,

y ahí hablaremos de la música.

Lo acompaño a la calle. En nuestras

espaldas queda enredado el abrazo, en

el oído la palabra hermano. Fue un día

largo, de esos que parecen durar toda

una vida. l

Extraído de la revista

“Los inquilinos”, N° 1

 Ricardo Shinfu Sgoifo

(1941-2012).

Maestro, poeta, músico. Trabajó

en varios colegios, entre ellos el

Bachillerato Humanista Moderno y el

Colegio Santo Tomás de Aquino. Hermano

de la profesora e historiadora

Marta Sgoifo y cuñado del periodista

y profesor Francisco Di Piazza.

Publicó “Siento, luego digo” (2000)

y “Ocurrencias para leer a la siesta”

(2009). Hizo de la amistad un culto y

de la conversación un lujo. Compuso

numerosos temas con Alfredo Palumbo.

Una de sus últimas creaciones

es la “Chacarera para mi muerte”,

fruto maduro de su dialéctica y

su estética. l

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