“Urquiza era un gran seductor, un hombre desmesurado y voraz” “Urquiza era un gran seductor, un hombre desmesurado y voraz”
y muchos hijos, la mayoría de
ellas no reclamó nada ni mucho
menos”, así describe Florencia
Canale el lado no conocido del
caudillo entrerriano, su fiebre de
amor y el sueño del héroe patrio.
Luego del éxito de Pasión y
traición y de la saga sobre Juan
Manuel de Rosas, la periodista
y escritora Florencia Canale se
atreve a desandar los pasos de
aquel que derrotó al Restaurador
de las leyes en “Salvaje. Urquiza
y sus mujeres”.
Después de su trilogía dedicada
a Juan Manuel de Rosas,
Canale contó a EL LIBERAL sobre
la vida extraordinaria de otra
gran figura nacional, a través de
una nueva novela en la que vuelve
a demostrar su talento único
para dotar de carnadura a los
personajes que, con sus claroscuros,
forjaron la República.
Urquiza el político, el empresario,
el federal, el megalómano
y el mujeriego son algunas
de las tantas aristas expuestas
por la escritora marplatense,
en el marco de su presencia en la
9ª edición de la Feria Provincial
del Libro que concluye hoy en el
Fórum.
¿Cuál es el mito que desenmascara
sobre Urquiza?
-No sé si yo lo desenmascaro.
El mito que circula, sobre todo
de este hombre, es que tuvo
tantas mujeres y cientos de hijos
y que Entre Ríos está poblada
solamente por descendientes
de Urquiza. No sé si esto es tan
así, pero lo que sí creo es que fue
un hombre desmesurado, voraz,
acumulador de poder, de dinero,
de territorio y también de mujeres.
¿Cómo lo definiría en el
trato con las mujeres?
-Me parece que era un gran
seductor, un gran casanova, y
que sabía cortejar muy bien a las
mujeres y bastante bien le iba
con ellas. De cualquier modo, en
aquellos tiempos y sobre todo este
hombre, que era el más poderoso
de Entre Ríos y luego estando
al frente de la Confederación,
no necesitaba mucho más para
proveerse de mujeres. Los hombres
en aquellos tiempos tomaban
a las mujeres que querían,
no eran ellas quienes decidían, y
Urquiza en particular no se privó
demasiado de conquistar y llevarse
para su casa a las mujeres
que quisiera.
¿Qué le atrae de apasionante
sobre la personalidad
de Urquiza?
-Cuando yo elijo a esta persona
para la escritura, debe ser una
personalidad que tenga contradicciones,
que tenga zonas iluminadas
y oscuras, donde haya
tormentas, tempestades; pero
personalidades lisas, simples y
prístinas, a mí no me interesan.
En este caso, Urquiza me resultó
apasionante por el sentido de
ser un hombre casi megalómano,
desmesurado y un anticipado a
su tiempo del que se habían ocupado
poco. Me parece que la historiografía
escribió sobre él, pero
pasó a ser más conocido como
el hombre que destruyó a Rosas,
y es mucho más que eso. Tal vez
el centralismo porteño lo dejó de
lado cuando empieza a tomar poder,
pero bien sabemos que en la
historia tenemos construcciones.
¿Se puede hablar que estas
mujeres pudieron ejercer
algún tipo de influencia
en algunas decisiones políticas
de Urquiza?
-No sé si fue para tanto, pero
con la que se casa definitivamente,
que fue Dolores Costa, me parece
que colaboró mucho, supo
contener, escuchar y albergar
a ese hombre poderosísimo. Con
Dolores Costa, empieza su vínculo
después de la batalla de Caseros,
él ya era el hombre importante,
el que derrumba a Rosas, el elegido
para salvar “los destinos de la
Patria”, y ella supo entender a este
hombre como ninguna otra. No sé
si por lo bajo ella pudo sugerir alguna
decisión, porque Dolores no
era Encarnación Ezcurra, que si
era una mujer de decisiones a tomar,
y era una importante mujer
en política para Rosas, en cambio
Dolores era una mujer que acompañaba
desde otro lugar, pero sí
colaboró en su estado de ánimo
para contener a este hombre tan
apabullante.
Quizá desde la contención
afectiva, Dolores Costa
supo acompañar y marcar
otros momentos decisivos
de la vida del caudillo entrerriano…
-Dolores Costa es protagonista
de un acontecimiento muy especial,
un poco antes de su muerte,
que es cuando recibe a Domingo
Sarmiento en San José, en
ese gran encuentro donde se reúnen
estos dos enemigos, muy
civilizados y cordiales, pero en el
fondo no se querían. Ella había
colaborado precisamente en la
puesta de escena de la casa, y lo
cubre de pétalos de rosas, el camino
que lo llevará a Sarmiento
hasta el caserón, en una clara
afrenta con ese color prohibido
por el propio Sarmiento, el color
de la rosas, la divisa punzó, que
él había instado a que se prohíba,
y el azul como color preponderante.
Es Dolores quien decora
la casa con esos colores, seguramente
bajo las órdenes de Urquiza,
pero ella apoyaba a su marido
en las confrontaciones públicas
y privadas, o sea que colaboraba
de esa forma con su marido.
¿Cómo influyó la conducta
de este personaje por sus
incontables mujeres y los
nuevos paradigmas que vinieron
después y la obligación
de formalizar una relación
amorosa?
-Me parece que él es un transgresor
para su tiempo, se anticipa
a su época. Primero, reconociéndolos
y dándoles el apellidos
a muchos de sus hijos ilegítimos,
no los que tiene con Dolores, sino
los previos. Esta era una práctica
que no se hacía, ya que los hombres
tenían hijos con otras señoras
y no legitimaban esa concepción,
y se transformaban en hijos
bastardos. Pues Urquiza, les da el
apellido a muchos de estos hijos
previos a su matrimonio y se casa
al fin y acabo con Dolores, después
de un reclamo de sus camaradas,
que le dicen “bueno señor,
ya es presidente, es hora de casarse
porque las habladurías son
muchas…”
Sarmiento hablaba de Dolores
como la “sultana criolla”, y
lo trataba a Urquiza que llevaba
adelante prácticas orientales,
que no era bien visto, ya que esto
era como tener un harén. En
definitiva, Urquiza acepta las sugerencias
y se casa. Tal vez, esto
demuestra su amor por esta
mujer o lo que le convenía hacer
políticamente. Yo elijo creer que
eligió casarse porque estaba realmente
enamorada de esta joven.
¿Cuál es el límite a la hora
de hacer una novela histórica
tomando datos reales para
el trabajo, pero también
basándose en la imaginación
y la creatividad?
-El género que elijo para mi
escritura es la novela histórica,
no la biografía. Estoy amparada
por los datos y hechos históricos
y verídicos, pero juego con
los artilugios de la ficción. Es una
novela, pero por supuesto que el
rigor histórico es total, pero depende
también de la imaginación
y la creatividad de quien escribe.
Hay una reproducción de
dichos de Urquiza y hombres de
los que escribo y sus correspondencias,
además de todo lo que
se ha escrito y reproducido oralmente
sobre anécdotas y demás.
El género permite algunas licencias,
no licencias de lo inverosímil,
porque no traigo personajes
que no existieron en ese momento
histórico. La novela contiene
los sucesos y están cocidos
de tal manera que resultan interesantes
a la hora de la lectura de
la novela.
¿Cómo cree que se manejaron
otros caudillos en su
vida íntima con las mujeres?
-El siglo XIX está plagado de
historias atrapantes de hombres
y mujeres deslumbrantes, y es
una época que estaba todo por
hacerse. Es el siglo que me interesa,
y seguramente debe haber
un vector común de los caudillos,
los hombres de poder y de
cierta clase en su trato con las
mujeres. Pienso en Buenos Aires,
en el barrio del Tambor, las
mulatas, las negras y mestizas,
con ellas sí que no se podía avasallar
tanto, porque eran capaces
de defender su honra a escopetazos,
y eran ellas quienes
decidían ir a la cama con quien
querían. Las mujeres de otra clase,
que estaban cerca del caudillaje,
aceptaban sin titubeos las
decisiones de estos hombres.
Hoy podemos pensar que fueron
en forma abusiva, o que incluso
fueron violadas por los hombres,
pero eran conceptos que no existían
en esos tiempos. Las mujeres
aceptaban las decisiones
que tomaban los hombres sobre
ellas. Por ejemplo, si un hombre
de poder la elegía, era quizá algo
positivo para ellas. Había mujeres
contadas con los dedos de
la mano las que defendían sus
derechos e intimidad, y seguramente
eran tratadas seguramente
como locas, como el caso de
Mariquita Sánchez Thompson,
que decidía ella con quien casarse;
o Remedios de Escalada, que
se casa con San Martín, pero revelándose
contra el designio de
sus padres, a quien le habían elegido
el candidato y no era San
Martín precisamente. Las mujeres
aceptaban primero lo que decía
el padre, después lo que decía
el marido.








