¿Así murió Borges? ¿Así murió Borges?
Dice el mismo testigo que dos semanas antes sintió la presencia de la muerte; la describió como algo externo, rígido y frío. El testigo se apellida Bernés y dice haber grabado a Borges cantando La morocha y otros tangos en los cuales ríe con la risa de siempre.
Estos y otros pasajes valiosos de la obra del enormísimo poeta argentino figuran en un libro que parece el Larousse Ilustrado, 1.680 páginas, que reproduce los diarios de Adolfo Bioy Casares en los pasajes que se refieren a Borges. “Quisiera creer que la muerte de Borges no fue tan desolada como la imagino”, dice Bioy. “Yo quiero entrañablemente a París, pero sin duda preferiría morir en Buenos Aires. Todo puede volverse diabólicamente extraño al enfermo… No creo que Borges se haya sentido rodeado de las cosas y de las personas de siempre. Ojalá me equivoque”, concluye.
Borges se fue a vivir su propia muerte a Ginebra, en compañía de María Kodama, su viuda y heredera. Bioy lamenta que María haya consumado así una suerte de conspiración para separar a dos amigos entrañables, que comían casi a diario juntos y luego leían y compartían la escritura de antologías, prólogos y cuentos divertidos que firmaron con nombre supuesto.
Dice Bioy: “María es una mujer de idiosincrasia extraña; acusaba a Borges por cualquier motivo; lo castigaba con silencios (recuérdese que Borges estaba ciego); lo celaba (se ponía furiosa ante la devoción de los admiradores); se impacientaba con sus lentitudes. Junto a ella vivía temiendo enojarla. Por lo demás, María era una persona de tradiciones distintas a las suyas. Borges alguna vez me dijo: “Uno no puede casarse con alguien que no sabe lo que es un poncho o lo que es el dulce de leche”.
¡Esa ingeniosa sevicia la de castigar a un ciego con el silencio no se les ocurrió ni a los trágicos griegos!
Maravillosa lealtad de Bioy que desde 1946 hasta 1989 anotó las frases y gestos de su mejor amigo. En el libro hay una frase clave que Bioy juzga como la que mejor describe su propia intención al consignar los dichos y hechos de Borges. Se refiere a De Quincey y a su afán de anotar anécdotas de cuatro de sus grandes amigos: “Al describirlos, no vaciló en registrar sus pequeñas vanidades, sus flaquezas y aun el rasgo íntimo que puede parecer indiscreto o irrespetuoso, pero que nos permite conocerlos con vividez”.
¿Puede concebirse que un porteño habituado al café con leche, a las facturas, a la tertulia bonaerense, decida morir tan lejos de sus amigos aunque lo acompañe una mujer? Sobre María Kodama, Bioy agrega: “En lugar de poncho y dulce de leche podemos poner infinidad de otras cosas que jamás compartieron María y Borges. Creo que con María podía sentirse muy solo… Viajó para mostrarse independiente y, de paso, para no contrariar a María”.
No por nada digo que el libro parece un Larousse, en realidad una pequeña Enciclopedia Británica repleta de amor, humor, picardía y, por supuesto, juicios ingeniosos y despectivos sobre cientos de escritores contemporáneos. l








