Por Belen Cianferoni.
Crónica de los dolores de cabeza Crónica de los dolores de cabeza
¿Cómo los trató la semana? ¿De nuevo enfrentados con la realidad? ¿Esperando algo? Junio es la mitad del año, y para mí viene siendo un pasillo largo e interminable. Una espera en un sanatorio, estar sentado para que te pasen a rendir el examen. Una auditoría interminable de qué hiciste los primeros seis meses del año.
Mucho mucho mucho y durmiendo poco poco poco, me llevó a despertarme con un dolor de cabeza terrible. Mientras estaba escribiendo, sentía que mis ojos eran pochoclos que se querían salir de mi cráneo, y me quedé a entrevistar a mi dolor por un rato para ver si aprendía algo.
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Me hice un té de manzanilla. Respiré y me puse a meditar con el teclado. El dolor, la molestia y la intranquilidad me hablaban como diablos al oído y me susurraban: "no nos vamos a ir nunca". Estaban emocionados por la entrevista, les mandan saludos. Me quedé contemplando mi dolor de cabeza y le mandé un bostezo:
Usted también va a pasar, no se acomode que dentro de un par de horas se va.
El dolor era insistente y me atravesaba como un río.
Desde pequeña me quedé pensando en los remedios caseros: el pañuelo con agua fría en la frente, el saquito de té reciclado como compresa, la cucharada de miel con limón, aunque no tenga nada que ver. Para mi abuela nada era psicosomático, y todo requería una intervención medica urgente. Cuando venían a ponerme una inyección siempre me pasaba mágicamente el dolor.
Ahora, más grande creo que los dolores tienen nombre y apellido, pero también dirección. Querido Lector: "cuando duela la cabeza, fijate qué estás pensando, m'hijito, ya no hay espacio en ninguna plaza para que te hagan monumento".
Así que ahí estaba, tratando de recordar qué estaba pensando antes de que estallara todo.
Creo que era algo como: "tengo que llegar, tengo que hacer, tengo que ser mejor."
Y el dolor, fiel amigo, me decía: "bajá un cambio, o bajás por las malas."
En el fondo, creo que el cuerpo es sabio.
Sali de la computadora, deje de aporrear al teclado para irme a mi pieza. Me senté en la cama, con el té tibio en la mano, y dejé que el dolor hablara sin interrumpirlo. No intenté callarlo, ni corregirlo, ni combatirlo. Lo escuché.
Y cuando ya no tuvo más nada que decir, empezó a hacerse chiquito, como un niño que se quedó cansado de llorar por hacer tanto puchero .
Se fue yendo despacito, con esa dignidad que tienen los dolores cuando sienten que alguien finalmente les prestó atención.
Eso sí, antes de irse me dejó un post-it mental con la letra de médico: "Dormí. Comé algo que no sea café con ansiedad. Pensá menos en Excel y más en oxígeno."
Y me reí sola, porque tenía razón. Mi cuerpo funciona mejor cuando no lo trato como a una máquina expendedora de resultados.
Ahora que se fue, lo extraño un poquito. Le tomé cariño. Era molesto, pero tenía personalidad. Capaz le ponga un nombre, lo invite a volver solo si trae medialunas y no insultos neuronales. O que mande una carta, como la gente. Porque si me va a doler la cabeza, que al menos sea con estilo.