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EL LIBERAL . Opinión

Mi oficio de historiadora

Por María Mercedes Tenti.

María Mercedes Tenti - de la Academia Nacional de la Historia

María Mercedes Tenti - de la Academia Nacional de la Historia.

22/06/2025 06:05 Opinión
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Mi oficio de historiadora Mi oficio de historiadora

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Titulé así este ensayo porque la pensé como una especie de etnografía de mi propio trabajo científico, que puede ser el de cualquier historiadora, para tratar de explicar cómo adquirí este oficio que se sintetiza en una vida dedicada a la investigación. Lo que aprendí lo hice con mucho de teoría, pero fundamentalmente con la práctica, cometiendo muchos errores y sobrellevando derrotas. Mi vida académica comenzó cuando elegí estudiar el profesorado en Historia, porque mis padres no podían pagarme los estudios de arquitectura en donde creía estaba mi vocación. Entré al profesorado con la convicción que no me gustaba enseñar (sin embargo, sigo enseñando a la fecha y con mucho placer) y que mi interés era la investigación histórica, de la que poco sabía, por cierto. Me gustaba leer y estudiar, pero fui descubriendo que el secreto estaba en el trabajo en archivos. Un trabajo solitario, silencioso, poco reconocido, pero a través del cual se me abrían muchas preguntas a las que encontraba siempre pocas respuestas que me satisficieran. 

Me costó entender que la 'verdad' histórica no existía, que la escritura de la Historia, en realidad respondía a diferentes idearios y concepciones vigentes en diferentes épocas, pensada más para comprender el presente y proyectar algún futuro y que dependía de la visión del historiador, entre otras cosas. Indudablemente no servía para coleccionar antigüedades, ni para descubrir pasados 'gloriosos', con más o menos héroes en el medio, sino que era una narración explicativa, como decía Marc Bloch, con 'olor a carne humana', que reflejaba la sociedad toda en la que se desarrollaban los grandes acontecimientos, poco interesantes frente a las estructuras vigentes a lo largo de los años y de los siglos. 

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También fui aprendiendo que el conocimiento histórico no se gestaba en un día, o en dos, o en un año, que era el producto del esfuerzo de años de labor, para que recién pudiese materializarse en un libro, en un capítulo o en un artículo para una revista científica. En consecuencia, tampoco servía para insertarlo en una sociedad de mercado y obtener ganancias con el avance de ese conocimiento, salvo que me transformara en una historiadora mediática o del tipo del historiador tradicional, algo sensacionalista, que pretende mostrar el resultado de sus investigaciones a través de 'un documento revelador', como si un documento pudiese correr el velo de lo acontecido en una sociedad toda. 

Relatar las desventuras del trabajo en archivos sería interminable. Cuando comencé, la mayoría eran lugares oscuros, sin ventilación, con carpetas y cajas plagadas de papeles viejos, con polvo, ácaros y humedad, que desarrollaban cada vez más mis alergias crónicas. Los empleados de los archivos constituyen un capítulo aparte. Si bien había algunos pocos, gentiles e interesados en ayudarte en la búsqueda, la mayoría eran empleados 'castigados' de otras reparticiones que tenían poco interés en hacer algo más que nada. Por suerte, en la actualidad se está profesionalizando poco a poco el oficio de archivista y se están mejorando los repositorios documentales.

Comencé en forma rudimentaria. Munida de guantes, barbijo, algún trapo para limpiar los papeles y el mobiliario, cuadernos para levantar apuntes y lupa para agrandar los manuscritos viejos, borrosos y casi ilegibles. En mi casa tenía luego que pasar en limpio las anotaciones en fichas mecanografiadas, que luego ordenaba cronológicamente. Siempre digo medio en broma y medio en serio, que uno de los títulos más importantes que obtuve en mi vida fue el de dactilógrafa, otorgado por el Centro Empleados de Comercio, del que mi papá era socio y cuya sede quedaba pegada a la casa de mi nona. Hoy, lo que aprendí entonces, me permite escribir en la computadora, con mucha rapidez y sin ver el teclado, por eso le doy un plus. El gran avance fueron las fotocopias que, por cierto, eran muy caras y para las que, además, teníamos que pedir permiso a las autoridades del archivo y partir escoltadas por un ordenanza a fotocopiar algunos pocos documentos, sólo los más importantes. 

Concurrir al Archivo General de la Nación o de algún organismo nacional era aún más complicado. Disponer de dinero y tiempo para el viaje, hacer coincidir con algún viaje a un congreso o lo que fuera, asegurarse que ese día estuviese abierto, porque podía darse el caso que concurría y que, por algún motivo desconocido no atendían al público o los empleados hacían paro, etc. En consecuencia, tuve que aprender a considerar el calendario de feriados, de vacaciones, de huelgas y hasta el deportivo, porque si coincidía con algún partido de la selección, corría el riesgo de no ser atendida. También tenía que tener en cuenta que, en el AGN sólo entregaban tres legajos por día, que algunos empleados, no podían usar las escaleras por 'prescripción médica' si no funcionaba el ascensor, ni siquiera correr una estructura corrediza, como me tocó en el archivo del Ministerio del Interior y que, por supuesto, la corrí yo ante la premura del viaje y del poco tiempo disponible. Con suerte encontraba algún santiagueño radicado en Buenos Aires quien, como comprovinciano generoso, me daba una mano y obtenía algún beneficio como cuatro o cinco legajos en lugar de tres o ayuda en la búsqueda en los catálogos. Es que viajaba por pocos días y quería aprovechar al máximo mi estadía, aunque siempre era insuficiente.

También me encontré con personas amables y gentiles que, al saber que iba de tan lejos, se mostraban dispuestas a ayudarme. Del Archivo de Indias me mandaron documentación que solicité por carta, previo pago de las fotocopias, y de otros archivos, gratuitamente, como el del museo Sarmiento. De mis trabajos en archivos tengo innumerables anécdotas que sería muy largo contarlas pero las sintetizo en dos casos similares: en el antiguo archivo del Obispado de Santiago del Estero y en el de la legislatura porteña, me encontraba sola, en ambientes poco ventilados y aislados y al empezar a sentirme mal, con las pocas neuronas funcionando por una baja de presión, tuve que salir pronto por el temor a desmayarme en la soledad y quedar encerrada, sin que se acordaran que estaba allí trabajando. 

Los obstáculos eran numerosos, la falta de bibliografía especializada en la provincia, que me llevó a comprar importante cantidad de libros cada vez que viajaba a otro centro más especializado, hecho que posibilitó que formara una importante biblioteca privada, a recurrir a bibliotecas públicas, poco provistas de investigaciones historiográficas contemporáneas, y a la gentileza de profesores como Alen Lascano y José Achával que me prestaban libros que no estaban a mi alcance. 

La otra cuestión fue el respaldo institucional que avalara mis investigaciones individuales. Nací y me crie entre dictaduras y democracias débiles, en mi juventud luchábamos por una universidad inclusiva, que en la provincia recién estaba en ciernes y entre las primeras carreras no figuraba Historia. Comencé formándome en el Profesorado Provincial, con muchos buenos historiadores, más allá que concordáramos o no con sus posturas teóricas. Éramos jóvenes críticos, que cuestionábamos todo, especialmente la sociedad y la política y, por supuesto, las posturas historiográficas. Sin embargo, la mayoría de ellos, con posiciones revisionistas-nacionalistas, aceptaban nuestro disenso, porque leíamos los textos por ellos recomendados y los confrontábamos con otros con aportes más novedosos para la época, en particular Halperin Donghi, y algunos historiadores analistas franceses o marxistas británicos que nos permitían hacer otra lectura de la historia. Creo que era una especie de eclecticismo investigativo porque acudía a todo tipo de información, con cautela, indagando desde qué perspectiva teórica interpretaban los autores. Así fui formando el espíritu crítico. Entonces, manejaba todas las fuentes disponibles y practicaba las múltiples modalidades posibles y asequibles de indagación. En otras palabras, efectuaba en las labores diarias "la combinación de todas las formas de lucha y de investigación" para vencer mi propia ignorancia.

Mi trayectoria investigativa también fue ecléctica. Comencé haciendo historia económica, seguí con historia social, para terminar, finalmente, con la política –como casi todos los historiadores que se precien de tal-, incluyendo en esta última el Estado, como actor en sí mismo, las políticas públicas y las políticas de la Iglesia Católica. La Maestría en Estudios Sociales para América Latina y la coordinación de la Especialización en Estudios Culturales me abrieron el camino a la interdisciplinariedad, tan difícil de llevarlo a la práctica, pero tan gratificante en el campo de la investigación.

En la última dictadura fui cesanteada por mi militancia política en el Partido Socialista Popular y tuve que alejarme de las aulas secundarias y terciarias y también de la investigación por tres años dolorosos. Con el regreso de la democracia, volví a las aulas y a los estudios sistemáticos. Ingresé a la licenciatura en Historia, entonces con tres hijos pequeños, la última recién nacida. Repartiéndome entre el trabajo, los estudios y este oficio que me apasionaba, más la atención de mi hogar y mis hijos, seguí mi vocación como pude y como siempre lo hice: robando tiempo a mi tiempo libre y dinero a mi magro sueldo docente para pagar a quien me ayudaba en las tareas del hogar y en el cuidado de mis hijos. 

Luego de la licenciatura comencé a investigar, por primera vez con el apoyo de un centro científico como el CONICET, integrando dos equipos de investigación, luego vinieron las cuatro carreras de posgrado y el espacio académico de las universidades con sus facultades y sus secretarías de ciencia y técnica, primero la UCSE, después la UNSE y la UNLaR, con invitaciones a universidades extranjeras como la de Passau, en Alemania, y viajes de estudio a otros países como México y Perú. 

El desorden en la mayoría de los archivos locales me llevó a construir un archivo propio: primero con fotocopias y apuntes mecanografiados y ahora con archivos digitales sobre la base de documentos digitalizados. La tarea ya no fue solitaria. Las universidades me brindaron la posibilidad de integrar equipos y dirigirlos, equipos que enriquecen la labor de los investigadores. 

Un capítulo aparte merece la formación de jóvenes investigadores, tanto en el grado como en el posgrado. Realmente el futuro de la ciencia está en los jóvenes. Si bien es importante formarse de la mano de un maestro que, como los antiguos artesanos los va guiando paso a paso, desde la definición del problema, la búsqueda de información y documentación hasta la redacción del texto científico, se produce una retroalimentación. Los maestros aprendemos de los aprendices. 

El recurrir a la bibliografía también constituye un aprendizaje. Hay que usar los libros con cautela, ayudan mientras no estorban, fortalecen los análisis mientras no llegan al exceso de paralizar el pensamiento. Esconden un escollo del cual debemos estar pendiente: el fetichismo, la sacralización. Así prevenida, puedo conservar la libertad de poner en cuestión aún los pensamientos de los grandes popes de la investigación. Ahora la inteligencia artificial nos desafía aún más, pero nos abre otros caminos.

En general los académicos que construyeron la historia oficial pertenecen al pasado, estaban interesados en instituir grandes personajes a un pueblo que parecía carecían de ellos, en hacer más sonoros los títulos de los fundadores de nuestro Estado nacional o provincial y por ello resultaba mejor historiador el más grandilocuente y retórico y mejor historia aquella recargada de acontecimientos magníficos y pomposo. Poner en cuestión esta afirmación puede, en ciertos casos, volverse conflictivo. Ocurre con frecuencia que en el transcurso de mis labores tropiezo con una bibliografía plagada de explicaciones apresuradas y equivocadas, hechas o con datos erróneos o con las deformaciones de ideas acomodaticias o mistifica¬doras. Cuestionar estas 'verdades canónicas' –formuladas por académicos reconocidos-, a veces resulta poco favorable para los investigadores provincianos y más aún para una mujer que pretendía insertarse en un mundo mayoritariamente de hombres.

Otra cuestión es el análisis de fuentes, fuentes y medio de información que no pueden convertirse en fin. La erudición no subsana la carencia de ideas. El que cae en este exceso corre el riesgo de terminar su trabajo entregando, más que un análisis, un directorio bibliográfico; éste informa, pero no explica. Gracias al avance de las TIC hoy encontramos las ventajas de las fuentes digitales y de la bibliografía digital que nos facilitan la lectura y la investigación.

Quiero precisar algo que apenas señalé al principio. Es la necesidad de conocimientos en una determinada disciplina, la que motivó el inicio de mi búsqueda. Desde luego la comunicación se limitaba a un monólogo; formulaba libremente, si se puede pretender eso, tanto las preguntas como las respuestas. Dialogaba conmigo misma y no con interlocutores; quería entender, pero no decir, ni mucho menos convencer. En estas circunstancias, podía manejar con máxima libertad la totalidad del asunto, desde mi propia necesidad, con mi sensibilidad e incluso con mis fantasías. Era para mí el mismo placer inocente e in¬genuo que experimenta uno para construir un poema sobre el papel o una música sobre el teclado o jugando con el cromatismo pictórico sobre el lienzo. Más tarde, diversas solicitudes me obligaron a considerar esta nueva dimensión de la experiencia investigativa; su difusión. El asunto dejaba de ser personal e iba adquiriendo un tamaño, o más bien una proyección social y académica. A partir de este momento tuve obligatoriamente que pensar en los demás: pensar, actuar, escribir, hacer cuadros estadísticos, dibujar esquemas o mapas, considerando su presencia y su interés. Y asumir con seriedad esta nueva responsabilidad con la cual se iba estrechando mi independencia, pero ampliando mi audiencia. 

La comunicación se me presenta como una situación nueva, ya no de creatividad, sino más bien de transmisión del conocimiento. De investigadora pasé a ser exponente del saber adquirido. Una aspiración individual culmina en una responsabilidad social. Quedó atrás la satisfacción personal de haber logrado resolver un enigma. Ahora se trata de la pertinencia y del acierto, que hacen posible ser compartido -o controvertido- por otros, este nuevo conocimiento. Es un momento crucial, pues mediante la comunicación se somete a prueba la validez social de mi trabajo. 

Es indispensable para mí separar -distinguir y no confundir- la producción y su divulgación. Disociar los métodos, técnicas y herramientas usados para la construcción de un conocimiento y los instrumentos de su exposición y comunicación. Éstos, según el caso, pueden ser un informe minucioso, un ensayo reflexivo, un artículo condensado y más global o una sencilla conferencia oral. Desde luego este abanico de modos de transmisión y la selección de una modalidad o de un estilo, también tienen que ver con mi propósito. Éste puede ser de distinta índole: descriptivo, analítico, explicativo, sintético; de uso per¬sonal o dirigido a los demás, de "consumo interno" en la universidad o "de exportación", pedagógico o no; modesto, parcial y de avance o más ambicioso. 

Siempre tengo que considerar para quién estoy trabajando, para quién estoy escribiendo, lo cual, desde el principio, me puede orientar hacia ciertas técnicas y descartar otras, pensando en la transmisión ade¬cuada de mi trabajo y, más que todo, en su comprensión. No siempre escribo para estudiantes universitarios ni para el ámbito académico. El público varía y el lenguaje de transmisión también.

Otro aspecto de la cuestión es el resultado escrito, el producto final de una investi¬gación. Constato a diario que una excelente investigación puede concluir en un informe inconcluso. Y que no se debe tampoco confundir informe con libro. A lo mejor una comunicación de 5 o 10 páginas es más sustanciosa que un gran libro, sin embargo, la escritura de las investigaciones debe responder a los requerimientos en cada caso. Allí también tiene que ver cómo se distribuye la información, quiénes leen, a qué público llega. La web es, sin dudas, un medio eficaz para difundir masivamente y globalmente el resultado de las investigaciones. 

Para concluir y volviendo a la pregunta inicial de cómo adquirí el oficio de historiadora, puedo responder que paso a paso, día a día, año a año: leyendo, estudiando, consultado, indagando, proyectando, intercambiando, enseñando, aprendiendo, discutiendo, preguntando, dudando, criticando, etc. Es un camino apasionante y sin retorno. Está en cada uno de nosotros construirlo sobre bases sólidas, sin dejar que decaiga por cantos de sirenas que pueden distraer nuestros objetivos a largo plazo. 

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