Por Eduardo Lazzari, historiador.
La historia del señor Bagley, pionero en la industria alimenticia La historia del señor Bagley, pionero en la industria alimenticia
La historiografía sobre la actividad económica argentina ha prosperado en los últimos años, en el intento de encontrar explicaciones científicas a los múltiples fracasos que la Argentina ha tenido en este campo de la actividad humana. Pocos países pródigos en recursos físicos y humanos han tenido un desempeño tan mediocre en la búsqueda de la prosperidad de sus ciudadanos durante la segunda mitad del siglo XX y lo que ha transcurrido del tercer milenio. Por eso creemos que es importante indagar desde la historia el desarrollo de los distintos rubros de la actividad económica, sobre todo desde los tiempos de la Constitución Nacional, verdadero hito de promoción de la inversión en el país.
En paralelo a esto, se puede afirmar que los primeros industriales de la Argentina están relacionados con la llegada de inmigrantes del norte de Europa y de los Estados Unidos. La tradición de los empresarios agropecuarios, que constituyeron una corporación bastante homogénea en sus intereses a la vez que diversa en sus producciones, fue desarrollar los negocios vinculados con la agricultura y con la ganadería hasta convertirse en una de las actividades más rentables del mundo, lo que demoró su transición hacia la industria, ya que el resultado económico fue tan extraordinario que no hacía necesario desde el punto de vista económico abundar en otros sectores de la actividad.
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Es un buen punto destacar que la mayoría de los inmigrantes llegados desde Alemania, Gran Bretaña, Suecia, el norte de Italia o Dinamarca fueron emprendedores que poseían capitales viendo en el país de las carnes y de los granos la oportunidad de fundar empresas que lentamente fueron importantes en la industrialización de la economía argentina, tales como Adolfo Kapelusz, Otto Bemberg, Agostino Roca, William Wheelwright y muchos otros. Hoy nos dedicaremos a una figura legendaria, cuyo nombre sigue formando parte de la memoria y de la actividad alimenticia argentina, que no sólo fue un gran empresario, sino que su visión de futuro permitió la protección de los derechos de quienes crearon inteligencia y riqueza en la Argentina: se trata de Melville S. Bagley, un pionero de la industria nacional.
Sus orígenes y su llegada a la Argentina
Bagley nace en el pueblo de Bangor, condado de Penobscot, en el estado de Maine, Estados Unidos de América, el 10 de julio de 1838, cuando en la Argentina predominaba el partido federal de la mano de Juan Manuel de Rosas, que tenía por uno de sus más importantes aliados a Juan Felipe Ibarra en Santiago del Estero. Melville era hijo de Sewal David Bagley y Sarah Dodge. Siendo muy joven se trasladó a Nueva Orleáns para trabajar en un establecimiento textil, tarea que se interrumpe al iniciarse la guerra de secesión en 1862, al mismo tiempo que en la Argentina comenzaba el gobierno de Bartolomé Mitre. Se había casado el 17 de febrero de 1861 con Anna Milliken, de quien se divorcia y vuelve a casarse, esta vez con Mary Jane Hamilton, con quien tendría Bagley ocho hijos.

Bagley decide aceptar la representación de una editorial en Buenos Aires, lo que muestra su espíritu inquieto en los negocios, y se instala en Montserrat cuando apenas cumple 24 años. Decidido a mejorar su condición económica, comienza a trabajar como asistente en la farmacia "La Estrella" ubicada en la esquina de Alsina y Defensa, donde comienza a pensar en la posibilidad de lograr un tónico para la salud. Vale destacar que ese comercio continúa en actividad y es uno de los más antiguos del país. El tendido del ferrocarril al puerto de la Ensenada es la oportunidad de Bagley para instalarse en Bernal, adquiriendo una quinta que pertenecía a Alfredo De Marchi, el dueño de "La Estrella", en la que prosperaron diversos frutales, entre ellos los naranjos de fruto amargo.
La "Hesperidina"
Sus estudios autodidactas y su espíritu investigativo lo llevan a desarrollar un licor basado en cáscara de naranja amarga, fruto muy común en los patios de las casonas porteñas, al que llamó "Hesperidina", comenzando a comercializarlo a mediados de la década de 1860. Bagley mostró también una gran habilidad publicitaria, cuando inició una campaña para promocionar su invento a través de carteles pintados en los empedrados de Buenos Aires con el misterioso nombre y luego con avisos en los periódicos porteños, lo que produjo una venta extraordinaria durante 1865.
Algunos datos de la producción son geniales: las naranjas eran procesadas en una picadora de carnes, se depositaban en barricas, se agregaba alcohol fino y se maceraba un tiempo. Se filtraba mientras la cáscara volvía a ser prensada. Se preparaba otro fluido con alcohol y diversas hierbas que se maceraban también, y finalmente se mezclaban ambos preparados. Se llegaron a producir 10.000 litros durante una sola jornada, que luego eran filtrados para su embotellamiento, en un curioso envase que sigue utilizándose hasta hoy. Como curiosidad las etiquetas, que contaban con la firma de Bagley, eran impresas en los Estados Unidos en una fábrica de billetes, lo que impedía su falsificación, que ya había comenzado a producirse debido al éxito del licor, que se convirtió en una bebida tan popular como la tradicional grapa.
La ley de marcas y patentes
Bagley era un gran promotor del progreso, inaugurando entre otras empresas el tranvía a caballo hasta Quilmes, En el ámbito de la fabricación de productos alimenticios, Bagley creó la primera galletita argentina: "Lola", ya que hasta entonces ese tipo de producto se importaba desde Gran Bretaña. Su lanzamiento fue un éxito, no sólo por su sabor, sino también por no tener agregados artificiales. Fueron tan populares que llegaron a ser recomendadas por los médicos y muchos hospitales de esa época la incorporaron como parte de las dietas de sus pacientes. En los establecimientos sanitario nació la frase: "Este no quiere más Lola", hablando de las personas fallecían, que luego se convirtió en referencia a quien perdió interés en algo o no quiso perseverar en una tarea imposible o inalcanzable.

Más adelante produjo mermeladas de naranja, creando entonces el primer eslogan publicitaria argentino: "Las tres cosas buenas de Bagley: Hesperidina, Lola y la mermelada". La empresa, a la que se habían asociado a través de la Bolsa de Comercio muchos amigos de Bagley, creció notablemente y se puede afirmar que fue la primera marca comercial popular de la Argentina. A lo largo de ciento veinte años Bagley S.A. produjo más de mil productos, de los cuales sobreviven hoy más de trescientos. Pero el éxito del licor "Hesperidina" fue tan grande que hizo que surgieran muchos imitadores que arruinaban el mercado. Fue entonces que el empresario pidió audiencia con el presidente Nicolás Avellaneda en 1875 para promover la sanción de una ley de marcas y patentes.
En el encuentro en el Palacio de Gobierno, Bagley presentó una copia de la ley que defendía al emprendedor en los Estados Unidos de América, que Avellaneda tomó como propia y en 1876 fue sancionada en el Congreso argentino. El Registro de Marcas y Patentes nacional tiene como Expediente Número 1 el de Hesperidina, que hasta hoy luce con orgullo en sus etiquetas "Marca 1 de la Argentina". Entre los cultores de esta creación de Bagley se contaron Julio Argentino Roca, Roberto Goyeneche, Julio Cortázar, Florencio Molina Campos, y con humildad quien esto escribe, que disfruta cada viernes por la noche de una copita de este licor tan argentino. Debe recordarse que el Ejército Argentino la tuvo como provisión para los soldados en la guerra de la Triple Alianza, entre 1865 y 1870.
Su muerte y su legado
Melville Sewell Bagley murió en Buenos Aires el 14 de julio de 1880. Tenía sólo 42 años. Fue sepultado en el cementerio Británico de Buenos Aires y hoy su tumba es uno de los monumentos históricos del lugar. Su familia, junto a sus socios, decidieron seguir adelante con la empresa, que se convirtió en un emporio industrial que sobrevivió hasta la década de 1990 en manos de los propietarios originales. La fábrica en el barrio de Constitución se convirtió en un gigantesco edificio de lofts para oficinas y viviendas. La casona de Bernal fue demolida hace menos de dos años, debido a la desaprensión de las autoridades municipales.

Pero como homenaje perpetuo al espíritu genial de Bagley, se sigue comercializando la "Hesperidina" y muchos de los productos creados por su empresa. En el caso del licor, la etiqueta le hace honor a su defensa de los derechos de patente: la etiqueta sigue teniendo la misma forma y diseño, pero donde estaba la firma que decía "M. S. Bagley" hoy se lee "Melville Sewell B." ya que la licorera que compró la marca Hesperidina no compró la marca Bagley. Si Dios quiere, el próximo domingo continuaremos con las biografías de los hombres y las mujeres que hicieron de la Argentina un país industrioso en aquellos años del devenir económico argentino.








