Por Carlos Enrique Bothanley
La ciudad en el recuerdo La ciudad en el recuerdo
Ayer salí a dar una vuelta por el centro de Sant iago. La caminata siempre es buena para la salud, y todavía tengo la suerte de poder caminar a mis 84 años. Lo que no es poco. Hablo de caminar varios kilómetros.
Al salir pensé que iba a ser como antes, que me saludaría con muchos conocidos que me harían parar a charlar.
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Pero no fue así. De repente me di cuenta de que no conocía a nadie. Estaba solo en medio de tanta gente desconocida y ni siquiera tenía un perro. La velocidad de la vida actual me sobrepasaba.
Santiago ha crecido tanto que ya no conozco casi a nadie, y casi todos los amigos y conocidos que tenía ya no están en este mundo. Eso fue como una bofetada. Todos están en la quinta del Ñato, como le llamábamos jocosamente al cementerio.
Traté de reconocer los negocios. Pero me di cuenta de que en su mayoría son nuevos. Hay pocos negocios de antes. Incluso las confiterías y cafés han cambiado. Ya no son los mismos.
Entré a mi bar habitual, frente a la plaza y me senté junto a la vidriera para ver pasar a la gente. Lo que no deja de llamarme la atención es la vestimenta. Antes los hombres andábamos de traje y corbata. En el colegio secundario era obligatorio la ropa formal, siempre con corbata. Con estas mismas ropas salíamos los domingos a pasear por la plaza. Nuestras chicas tenían fama en todo el país por su elegancia. Pero todo eso ya se perdió.
Pasan las chicas vestidas con vaqueros desflecados y con tajos, que dan ganas de darles plata para que se compren un pantalón nuevo. Pero resulta que ya los compran así, parecen harapos.
Viendo toda esa gente, no puedo dejar de recordar los viejos tiempos en ese mismo lugar.
En verano todas las tardes, a la caída del sol, pasaba por la calle Avellaneda, frente a la plaza Libertad, el camión regador de la Municipalidad. Regaba la calle dos o tres veces para aplacar el calor. En realidad regaba todo el centro. A la vez aplacaba el polvo porque a las pocas cuadras las calles eran de tierra y no se podía evitar que los vehículos trajeran el polvo hasta la plaza.
Cuando estaba bien regado, la confitería París (después se llamaría "Los dos chinos"), ponía mesas en la calle y se formaba un paseo que hoy parecería un desfile de modelos por la ropa que se usaba.
Esa cuadra de la plaza era muy divertida. Desde la calle 24 de Septiembre a la Independencia estaba, como dije, la confitería París, el Trust Pastelero. En la esquina, la Ideal (donde luego sería el Grand Hotel) y al frente, donde hoy hay una farmacia, estaba la heladería Gamba.
En la cuadra había grandes negocios como a inmensa tienda "El Siglo". En la esquina de 24 de Septiembre y Avellaneda, la sastrería Demasi, el bazar Imperio, entre otros. En la esquina siguiente, New London, ropa para hombre, con salida a Independencia, como La Perla, para damas.
En esta cuadra estaba la vida social de Santiago y como dije, todos eran conocidos.
En la retreta, que está sobre la plaza Libertad (ahora está ampliada), la banda de Música de la Provincia amenizaba con marchas militares, tangos y chacareras.
Por supuesto que a esa hora el tránsito estaba cortado, pero había un solo vehículo que podía entrar y estacionar para levantar pasajeros. Era la bañadera. Se trataba de un ómnibus sin techo que hacía excursiones por la ciudad. Era viejísimo, parecía un Ford "A", pero como de diez metros de largo. En la parte trasera tenía plegada la capota de lona.
Como dije, esto era al caer la tarde, dos o tres veces por semana (siempre en verano) y todos los domingos del año a partir de las 11 de la mañana hasta las 13. A la salida de misa de 11 era una multitud extraordinaria. Pura alegría. Lástima que no ocurre más. Sería hermoso que se vuelva a hacer, pero no sé si tendría el mismo éxito, porque, repito, casi todos nos conocíamos. El paseo por la plaza se llamaba "la vuelta del perro".
Semáforos
Antes de que instalen semáforos en Santiago, los agentes de tránsito, que en esa época eran de la Policía de la Provincia, se ocupaban de mantener el orden dirigiendo la circulación vehicular. Estaban vestidos de azul, con las mangas blancas.
Estos agentes dirigían sin necesidad de tocar el silbato. Cuando estaban de frente o de espalda había que detenerse y cuando se ponían de costado se podía pasar.
En las esquinas más céntricas dirigían el tránsito desde unas garitas de hierro elevadas.
También había garitas de madera y donde no había dirigían directamente parados en el medio de la calle.
Los primeros semáforos de instalaron en las cuatro esquinas de la plaza Libertad, en la década del '70, si mal no recuerdo. En esa época no había calles peatonales.
Después de un tiempo los sacaron de las equinas de la plaza, según el comunicado de la Municipalidad porque entorpecían el tránsito.
En la época había muchas bicicletas, y los ciclistas y muchos motociclistas creían que los semáforos eran sólo para los autos. Y hasta el día de hoy parece que algunos lo creen así, porque sólo respetan el semáforo cuando hay un agente cerca.








