Por Diego M. Jiménez.
Interior y exterior Interior y exterior
Un antiguo profesor de la Facultad hacía siempre el mismo chiste, " si los porteños se refieren al resto del país como Interior, ¿qué son ellos? ¿el Exterior?". Una humorada provocativa que robaba algunas risas entre sus estudiantes. Lo cierto es que el Estado argentino, en la segunda mitad del siglo XIX, se construyó sobre la base de una realidad económica asimétrica, con una fuerte hegemonía de la ciudad capital y de la provincia más grande.
El sistema político bicameral (proporcional en Diputados e igualitario en el Senado) buscó equilibrar esas diferencias. Por otra parte, la composición de las fórmulas presidenciales, un porteño o bonaerense junto a un representante de las demás provincias, también intentó lo mismo, al menos nominalmente. Gabinetes diversos en su composición, buscaban similarmente, ser representativos de las diferencias, singularidades e intereses de las distintas provincias. Pero esto no fue suficiente.
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En las últimas dos décadas la representatividad del Interior del país fue perdiendo terreno en el Poder Ejecutivo y sus gabinetes. Los Presidentes, desde el 2007 en adelante, fueron bonaerenses o porteños (los tres últimos). Los Ministros de Economía, un puesto clave, mayoritariamente fueron y son, del mismo origen. Está realidad no explica las crisis argentinas, solo jerarquiza una visión del país, en desmedro de otras, ni mejores ni peores, que quedan bajo su sombra. No es un asunto menor. Es, quizá, uno de los tantos talones de Aquiles de la República Argentina.
Esta visión sesgada, se refuerza con la gran penetración de los mal llamados medios nacionales (diarios, publicaciones digitales y señales de noticias), en donde las visiones diferentes a las discusiones meramente metropolitanas, no tienen espacio. Esto tiene especial influencia, en la formulación de las agendas de temas y en las prioridades en los debates, que finalmente inciden en las decisiones de política.
Esto no supone creer que unas zonas sean más importantes que las otras, pero sí, la ausencia de muchas en el mal llamado debate nacional, le hace poco favor al planteamiento de una visión de largo plazo de la política y la economía argentina. Pareciera que siempre hay que pasar el examen de la gran capital, como ocurría en el siglo XIX.
Es por ello importante la aparición del grupo llamado Provincias Unidas, para hacer visibles la relevancia del interior del país en el debate público. Siempre y cuando sea una propuesta, a mediano y largo plazo y que deliberadamente no excluya a las provincias más pequeñas.
De allí podrían surgir liderazgos diversos que busquen representar la enorme riqueza productiva y humana del país. No es algo sencillo, dado que es una ausencia en la historia presente de la nación, y a criterio de quién escribe estas líneas, agudizada en la última década.
Sin pecar de ingenuidad, es algo serio por lo que la dirigencia debería trabajar, para luego discutir una ley de coparticipación razonable que elimine la mendicidad a la que están expuestos los Estados provinciales cuando reclaman recursos que le son propios al Estado Nacional. Un centralismo de recursos que de algún modo recuerda los debates en los tiempos de la organización nacional.
La humorada de aquel viejo profesor, no era inocente, de algún modo expresaba con ironía otra de las tantas deudas pendientes de la democracia argentina. Deuda que podría comenzar a ser saldada por una convergencia de liderazgos que pueda elaborar una síntesis de cosmovisión, que pueda poner sobre la mesa soluciones cuyo origen sea un federalismo realista y constructivo.








