Santiago del Estero: Historia de un misterio Santiago del Estero: Historia de un misterio
Santiago del Estero: Radiografía de un Misterio ¿Por qué somos santiagueños, en qué radica nuestra original desdicha e infatigable pasión?
“falta un verdadero espíritu de localidad. Se vive en gran plano, con el alma perdida lejos. Acaso esto refleja y simboliza esa terrible desproporción entre el espacio geográfico y el número de habitantes. Parece al menos una ley muy lógica: es menester que un espacio esté lleno para que los individuos que lo ocupan entren a atenerse a su lugar. Mientras no suceda tal cosa, y, como aquí acontece la vida esté rodeada de baldíos, no podrá producirse una perfecta adherencia local”. (Canal Feijóo, 1934)
Un asentamiento complicado
Los movimientos de locación de la futura Santiago que inicia Núñez de Prado y culminan en Francisco de Aguirre, en el proceso 1550-1553 (Alén Lascano), nos permiten considerar las inconveniencias de asentar la ciudad de Santiago del Estero en una zona de inundación y arenosa. Pero, a una acción estratégica errónea, o por lo menos motivada por imperio de las circunstancias, le siguió una discursividad velada de unos grupos dominantes que consideraron que cada inundación era un “castigo de los dioses” que dejaba a la población indefensa, rezando e instalando cada vez más santos protectores: San Pedro, San Pablo, Santa Bárbara, San Gregorio Taumaturgo, sin descontar al Apóstol Santiago y a la Virgen del Carmen son constantemente citados en las actas capitulares. A partir de allí, la lucha contra las inundaciones y los agobios por las sequías, -referencias permanentes en la escritura santiagueña- conllevará los mayores esfuerzos materiales y humanos y será determinante en la movilidad permanente de la ciudad que llegará a su asentamiento definitivo en 1702, tras un largo proceso de treinta años, cuando se abre la plaza principal y se construyan las últimas Casas Capitulares.
Las crecientes y las inundaciones son constantes, pero como por su intensidad algunas resultaron más problemáticas que otras, fueron registradas sus consecuencias con mayor detenimiento. La inundación de 1627, por ejemplo, fue una gran crecida que rompió las defensas antiguas de la ciudad y una nueva que había mandado a construir el gobernador, destruyó las Casas Capitulares y se perdió parte de la documentación que guardaban, la iglesia de La Merced y su convento, la Matriz estuvo a punto de ser destechada pero los vecinos alcanzaron a sacar parte del altar y lo llevaron al Hospital, 34 viviendas urbanas (que en realidad eran la mitad de las existentes) quedaron inutilizadas y el resto quedó destruido, obligando al gobernador a realizar Cabildos abiertos ante la necesidad de lograr decisiones consensuadas para mudar el asentamiento a un lugar más seguro hacia el oeste.
Una Ciudad Portátil
¿Eran tan extra?as estas mudanzas en la historia colonial? Claro que no, registro de ellas existen en otras ciudades relativamente cercanas a Santiago del Estero, la diferencia entre ellas y Santiago estaba en los consensos necesarios para realizar los traslados, consensos que se vinculaban con la consolidación de grupos con intereses económicos bastante definidos y la determinación de un terreno de mejores características. En este sentido está claro lo ocurrido con el traslado de Santa Fe, Mendoza o el propio San Miguel del Tucumán, lo que no parece haber ocurrido en Santiago del Estero, a juzgar por los relatos del gobernador, quien confiesa que solamente tres o cuatro vecinos aceptaron de buena gana el traslado, que implicaba, por cierto, un redise?o de la planta, la pérdida de ubicaciones principales y negociaciones con los antiguos vecinos por las nuevas localizaciones.
Esto indicaría que no había en el Santiago de entonces, grupos económicos con intereses afianzados salvo sus viviendas, lo que no aparece como dato novedoso, pero sí confirmando lo que deducimos de la economía local. Lo que se percibe a lo largo de los documentos analizados es que los grupos con intereses económicos, éstos tienen sus tierras productivas en otro sitio, usando la ciudad como espacio de referencia, pero no de habitación.
El proceso de empobrecimiento y de decaimiento de la antigua “madre de ciudades” parece haber entrado en una recta final a partir de la inundación de 1670,en que se plantea el traslado definitivo de la ciudad, reforzada en 1682, cuando el obispo Ulloa despotrica en y desde Santiago, afirmando a cuanta autoridad quisiese escuchar sus reclamos el estado de la ciudad, “…y no ocultaba su deseo de irse a la “muy lustrosa” ciudad de Córdoba”. Tales quejas concluirán en el traslado de la silla episcopal a finales del siglo XVII -1699- “porque la de Santiago solo el nombre tiene de ciudad, es toda ella un bosque inmundo falto de todo lo necesario para el sustento, la iglesia muy mal servida e indecentemente”. En el mismo a?o de 1699 el gobernador Juan de Zurita traslada su asiento a la ciudad de Salta, cien años después del asentamiento de las ciudades del NOA.








