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EL LIBERAL . Viceversa

Pretérito santiagueño

Por Carlos Enrique Bothamley.

19/05/2024 06:04 Viceversa
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Pretérito santiagueño Pretérito santiagueño

Corría el año 1936, Chocha estaba veraneando en Cabana, un paraje vecino a Unquillo en la provincia de Córdoba, invitada por Adela y José Meossi a su residencia de verano.

Esa noche concurrirían a un baile en un hotel de Río Ceballos, que era el lugar turístico de moda en esa época.

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Una vez en la fiesta Chocha estaba muy enojada y amargada porque decía que el vestido rosa que se había puesto la hacía parecer gorda. Ella era muy delgada y en toda su vida nunca subió un gramo.

La cuestión es que al borde de las lágrimas se fue a sentar sola en un banco, bajo una palmera, en la parte más alejada del jardín. No quería hablar con nadie.

En eso apareció por la puerta Tommy con un grupo de amigos. Entró con su impecable traje blanco, se paró en la entrada, miró a todos lados por unos momentos y les dijo a sus amigos:

- Me gusta la gordita de rosa que está bajo el árbol.

Ese fue el comienzo de una historia de amor que duró más de sesenta años.

Se pusieron de novios ese verano, bajo la severa mirada de doña Adela y de don José, hasta que terminaron las vacaciones, Chocha volvió a Santiago y Tommy quedó en Córdoba, que era donde vivía.

Pasó el tiempo, no sé si fueron semanas o meses, Tommy decidió ir a visitar a Chocha a Santiago. Era toda una aventura, el camino era de tierra en toda su extensión. Viajó solo, y a pesar de que le gustaba correr demoró como diez horas.

Llegó lleno de tierra, bajó el equipaje en el Plaza Hotel, frente a la plaza Libertad y se fue a hacer lavar el auto en la estación de servicio Bonauto, en la avenida Belgrano. Allí eligió un muchacho que le resultó simpático, el más joven de todos, y le preguntó:

- ¿Vos sabés manejar?

- Pues sí, señor-, le respondió con tonada gallega, mientras los otros empleados se agarraban la cabeza porque decían que nunca había manejado un auto.

- Bueno –dijo Tommy- cuando termines me lo llevas a la casa de Catella.

Luego, recién bañado y con su traje blanco, se presentó en la casa de Chocha y tocó el timbre. Lo atendió Mario, el hermano menor de Chocha, que entró raudamente en la casa y gritó:

-¡Chocha, te busca el de la foto!

Chocha, que estaba corrigiendo las áreas de sus alumnos en el patio y con los ruleros puestos, pegó un alarido y corrió hacia la habitación, pero ya era tarde. Tommy había entrada detrás de Mario.

Más tarde, ya sentado charlando con los padres de Chocha, cuenta Tommy que escucha un ruidaje de engranajes de la caja de cambios, le traían el auto.

Medio fanfarrón como todo cordobés que se precie, Tommy le dio al gallego ¡cinco pesos de propina! El gallego no podía creer, cinco pesos era más de lo que ganaba en una semana.

En poco tiempo, Chocha y Tommy formalizaron la relación, se comprometieron y fijaron fecha de casamiento.

Cuando fueron a la Catedral a solicitar fecha para la ceremonia, surgió un problema. El obispo, monseñor Weimann les dijo que no los iba a casar porque Tommy era protestante. Chocha le contestó:

- No importa, entonces voy a Córdoba y me caso por la iglesia protestante.

El obispo, al ver que se perdía el casamiento, les dijo que los iba a casar, pero entrando por la Casa Parroquial de calle Avellaneda y no en el altar mayor, sino en la capilla del Santísimo, y sin público, sólo las familias. Chocha le dijo que no, que eso era humillante y que se iba a Córdoba.

El obispo, ni lerdo ni perezoso, les dijo que los iba a casar en el altar mayor, con todas las de la ley, a cambio de que prometan educar a sus hijos en la religión católica.

Chocha y Tommy se casaron en 1937 con la Catedral llena de gente y hasta con la alfombra roja.

Tuvieron tres hijos, una mujer y dos varones, yo soy el hijo del medio. De ahora en adelante no son más Chocha y Tommy sino la Mamita y el Tata, como los llamábamos.

Don José Fernández

Años después, estando mi papá en su negocio de joyería entró un hombre robusto, fue directamente hacia él con paso firme y le dijo con marcado acento español:

-¿Se acuerda de mí? Pues yo soy el chico de la estación de servicio cuando usted llegó por primera vez a Santiago y me dio ¡cinco pesos de propina! Ese dinero me cambió la vida, comencé a ahorrar y ahora tengo un puesto mayorista en el mercado de Abasto. Cualquier cosa que necesite búsqueme que yo le consigo lo que sea.

Ahí comenzó una gran amistad que duró muchos años, hasta la muerte de don José. Mi papá siempre decía:

- Don José Fernández es mi mejor amigo- y era verdad, don José era un hombre sencillo, muy trabajador y muy correcto. Tenía un cambión algo desvencijado y con él transportaba su mercadería.

Un día llegó don José al negocio de mis padres a comprar un regalo porque estaba invitado a un casamiento en no recuerdo qué pueblo cercano. Ese día llovía torrencialmente y cuando ya se iba, mi papá le preguntó:

- ¿En qué vas a ir a la fiesta con semejante lluvia?

- Pues en el camión –le dice don José.

- ¡Pero no seas bestia! Cómo la vas a llevar a tu señora en esa inmundicia. Llevate mi auto y me lo devuelves mañana.

- Don José se fue muy contento y al día siguiente le devolvió el auto con el baúl lleno de frutas y verduras. Así era don José Fernández, un hombre agradecido.

La explosión del camión

Uno de los recuerdos de mi infancia que me quedó grabado a fuego fue el incendio del camión tanque (ahora se llama camión cisterna), que dejó un saldo de diez muertos y al menos setenta heridos. Fue en el año 1949 si mal no recuerdo.

Yo estaba en segundo grado de la escuela Normal Manuel Belgrano que estaba en la misma cuadra de casa, donde ahora están las torres de Educación y de Economía. Los alumnos de la primaria teníamos clase de 14 a 18 horas y mi aula estaba en la planta alta. Desde el pasillo de las aulas podíamos ver mi casa y más allá la plaza Libertad.

Esa tarde estuvimos viendo una gran columna de humo que se levantaba más allá de la plaza. Cuando salimos de clase corrí a casa y le pregunté a mi mamá por el humo. Me dijo: -Se está incendiando un camión tanque.

- ¿Puedo ir? –pregunté.

- Sí, pero no te acerques mucho.

Ese permiso podía haber resultado una tragedia.

Partí corriendo de casa y comencé a cruzar la plaza en diagonal. De repente, cuando paso la estatua de Belgrano se levantó una gran lengua de fuego que pasó a gran altura sobre mi cabeza. Como dos segundos después sonó un horroroso trueno producido por la explosión.

Yo di media vuelta y corrí a casa como alma que lleva el diablo, con un susto enorme. A los pocos minutos comenzaron a pasar autos a toda velocidad por la calle Avellaneda, hacia la Asistencia Pública que estaba en la avenida Belgrano.

Después nos enteramos cómo fue el incendio. Cuando el chofer del camión se dio cuenta de que tenía fuego, se dirigió hacia el parque Aguirre a buscar un lugar descampado para minimizar los daños porque estaba seguro de que iba a explotar.

Cuando iba por la calle Perú pensó que no llegaría al parque y estacionó en el pasaje Diego de Rojas frente a un terreno baldío y teniendo del otro lado la plazoleta.

El drama vino porque la explosión demoró demasiado y eso permitió que se juntara mucha gente a ver el incendio. Además dicen que los bomberos cometieron un error, echaron agua dentro del tanque y eso hizo aumentar la presión, lo que hizo que la explosión fuera más potente.

Cuando se produjo la explosión todos corrieron y algunos murieron quemados y otros pisoteados. También hubo un héroe: el padre Salazar, que era muy joven. Paraba a cuanto chico llevaba fuego en su ropa y lo envolvía en su sotana hasta apagar el fuego, y así terminó quemándose él, aunque sobrevivió a sus graves quemaduras y vivió muchos años entre nosotros. Un detalle curioso: durante varios días andaban por las calles numerosas personas con algodones detrás de las orejas porque se las habían quemado al correr para alejarse de la explosión.    

(*) El escritor Carlos Enrique Bothamley publicó los libros "Pensamientos dispersos" (2019), "Humor y nostalgia" (2020) y "Pretérito santiagueño" (2022).

Además de la literatura se dedica a la construcción de modelos de vehículos antiguos en miniatura, cuya imponente colección fue exhibida en el Centro Cultural del Bicentenario en el año 2018.

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