Por Belén Cianferoni.
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"Y me solté el cabello, me vestí de reina
Me puse tacones, me pinté y era bella
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Y caminé hacia la puerta y te escuché gritarme
Pero tus cadenas ya no pueden pararme
Y miré a la noche, ya no era oscura, era de lentejuelas"
Gloria Trevi
Desde que soy chica, amo hundirme en kilos y kilos de tela para refugiarme del frío, de los ruidos, de la mirada del otro. Amo ser un iglú textil que se desplaza con su bastoncito por la ciudad.
¿De qué te escondes, Belén? Sinceramente, no del invierno: es mi estación favorita.
La relación más tóxica que tuve en mi vida fue con la ropa. Odiaba ir a probarme pantalones que no me entraban. Mamá, con el mayor amor del mundo, recorría antes el centro buscando talles, para evitarme el dolor del gesto que acompaña al temido: "¡Aquí no vendemos eso!".
Ese calor que se siente en el probador es terrible, y sentís cómo te desinflas al decir: "¿No me entra me das un número más grande?". Me quedaba como un globo pinchado, llorando en ese cubículo por no ser lo suficientemente "buena" como para usar un jean.
A veces miro los jeans y siento todo el maltrato de la sociedad concentrado en una sola prenda.
Para quienes no me conocen y recién están leyendo estas líneas: soy gorda, y llevo mi peso y las curvas de mi cadera con todo el amor del mundo. Pero para la industria textil soy un problema.
Ahora le digo a la Belén adolescente: "Buenas son las tardes que pasaste merendando con tu abuela, esperando ver Sailor Moon sin pagar monotributo. Un pantalón es una construcción cultural. Lo necesitas para andar por la calle sin que te metan presa por 'exhibición indebida'. Pero, ¿con qué ropa me cubría cuando nada me entraba?".
Encontrar ropa durante los finales de los 90 y principios de los 2000 era resignarse a andar de jogging, con una remera de hombre y zapatillas. Estaba de moda vestirse así, de paso, y yo siempre pasé como rockerita/desaliñada aunque, en verdad, usaba el disfraz de gordita punk para que dijeran: "Ah, se viste así porque escucha música rara".
No, doña, me vestía así porque recién encontré jeans de mi talle a los 22, cuando empezaron a ingresar nuevos formatos de ropa para otros cuerpos.
Estamos cambiando de a poco. Tenemos una Ley de Talles "aprobada", pero no en funcionamiento. La Ley 27.521 establece un Sistema Único Normalizado de Identificación de Talles (SUNITI) para garantizar que la indumentaria sea fabricada, confeccionada y comercializada según medidas corporales estandarizadas en todo el país. Esto significa que todos los locales, tanto físicos como en línea, deberían utilizar el mismo sistema de talles para identificar las prendas, haciendo más fácil que las personas encuentren su talle correcto.
Me encanta recorrer la existencia de ciertos lugares con talles diversos. Y no solo porque representa un lujo, sino porque es un derecho para todos los cuerpos.
En este andar, tanto físico como virtual, conocí a mujeres fuertes que tomaron todo su dolor y su inseguridad y lo transformaron en arte y profesión.
Bárbara Aranda, Noelia Uñates, Carolina Villa, Silvina Espeche entre tantas otras son emprendedoras santiagueñas que vieron la necesidad de secar las lágrimas de los probadores, para vestirlas con lentejuelas, animal print y con el brillo que la industria nos quiso quitar.
Conocí a Bárbara buscando pantalones para mi primera reunión de trabajo. Bárbara me miró con cariño y, con los ojos, me dijo: "Aquí tienes esta armadura para que puedas salir a pelear con otros dragones". Ese día, el probador no se achicó ni sentí el calor de la vergüenza. Fue curiosamente cómodo. Miraba todo maravillada, sin poder evitar pensar que algo estaba cambiando.
A Noelia Uñates la conocí más adelante. Quería introducir en mi vida colores, brillos, y todo eso que tanto tiempo me había prohibido. Las polleras, la sensualidad, las miles de posibilidades que da tener la mente abierta. Más de una vez vimos a mujeres bailar de la felicidad, llorando pero de alegría. Noelia tiene esa energía de brindarte seguridad. No es solo ropa: es la oportunidad de crear tu mejor versión.
Con Carolina Villa fue caer en un universo virtual maravilloso. Estaba buscando dónde comprar remeras, y el gran dios del Marketplace me llevó a sus rumbos en La Banda. Recuerdo quedarme mirando un espejo con ella, sintiéndome insegura, y que me comentara: "Hay chicas que tienen una autoestima sana, y otras muy lastimada. Cuando pasa esto último, el espejo se convierte en un enemigo. Pero es ahí donde una tiene que llenarse de comprensión y darles todo el cariño a esas personas que son hermosas, aunque ellas no lo sepan". Carolina vistió muchas almas tristes, usando su propia tristeza y frustración como motor para seguir adelante. Gracias Carito.
Veo cómo Silvina Espeche brilla a través de sus videos en Facebook, ofreciendo posibilidades donde antes solo hubo puertas cerradas. "Mirá esta belleza, pensá en esta opción para salir", dice soñadora y sonriente ante un espejo que ya no te lastima. Me imagino cómo siempre estuvimos ahí, pero tardamos en llegar a esa idea que nos completa y nos hace explotar en colores.
Nuestras chicas están haciendo mucho por nosotras. Pero no voy a terminar mi crónica sin declarar que los varones también sufren para encontrar talles amplios. Recuerdo la felicidad de mi viejo cuando encontró, finalmente, un pantalón para un hombre que era gordito y medía más de dos metros. Un jean, finalmente en sus manos, después de casi dos décadas. La industria se demoró un poquito.
Todos merecemos vestirnos sin sentirnos juzgados. La imagen de la mujer gorda que usa vestidos negros y amplios para esconderse quedó muy atrás. La mujer plus size es una mujer exuberante que elige, combina, crea patrones de color. Puede decidir qué ponerse. Puede vestirse para una entrevista laboral sin temor a ser "mal vista".
Hoy miro mi placard con otros ojos. Ya no me escondo: elijo. Me visto con libertad, con deseo, con dignidad. Me visto para mí. Porque la moda también puede ser un acto de justicia, y cada prenda que abraza mi cuerpo es una conquista. No se trata solo de talles, se trata de existencia. De ocupar espacio sin pedir disculpas. De entender que todos los cuerpos merecen ser celebrados, vestidos y mirados con amor.