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Una pareja es producto de la interrelación entre dos personas. Algo obvio, me dirán. Pero esto conlleva una verdad que, aun siendo evidente, debemos remarcar: son dos personas que tienen bagajes, experiencias, necesidades y miedos diversos y que buscan, a través de una interacción, que puede tener diferentes niveles, conseguir algún tipo de satisfacción para sus necesidades, sus deseos y sus aspiraciones, sean estas físicas, psicológicas, sociales y/o espirituales, aportando (es lo deseable), algo para que la otra persona también encuentre respuestas a lo que busca. Esta búsqueda se hace bajo diferentes nombres que permiten que, ya sea a nivel personal, familiar o social, según el interés, la relación sea aceptada como una relación permitida para el entorno próximo del individuo (un entorno que se define como próximo por su capacidad de influir de algún modo en las decisiones de las personas, aunque no nos guste decirlo así y menos reconocerlo, pero somos seres sociales).
Dentro de las relaciones que una persona puede desarrollar, las que hoy nos interesan, particularmente, son las que conllevan una intimidad que permite interactuar en todos los niveles del individuo. Digamos, por lo tanto, que vamos a tomar como modelo de relación para lo que queremos explicar una relación entre dos personas (independiente del género y del sexo de las mismas) que incluye la vida sexual. Una relación que es o procura tener un equilibrio dinámico.
En este contexto, podemos decir que toda relación pasa por diversas etapas y se consolida o se quiebra en función de los diferentes estímulos internos y externos que las personas van recibiendo en el transcurso del tiempo y de las situaciones que transitan. Entre esos estímulos existen los que favorecen y los que agrietan, agreden y/o dificultan a esa relación. Sería lógico, entonces, pensar que para favorecer el equilibrio de una pareja se debería fomentar los estímulos o variables positivas y, por lo tanto, evitar, prevenir y, llegado el caso, contrarrestar los segundos (llamemos a estos variables negativas).
Cuando hablamos de hacer prevención de algo estamos hablando de usar todos los mecanismos de producción de anticuerpos que impidan que los elementos agresores puedan hacernos daño. Es sabido que las vacunas siempre han servido para desarrollar una inmunidad ante los agresores, es decir producen esos anticuerpos. En una relación la vacuna más eficaz conocida es aquella que estimula la capacidad para desarrollar sistemas de comunicación válidos, pues son estos los que sirven para contrarrestar los innumerables estímulos agresivos que las personas recibirán a lo largo de su vida en sus relaciones. Es decir, favorecer los sistemas que permiten maniobras, disminuyan los riesgos y construyan alternativas serias a las dificultades que toda relación produce.
Las personas, en general, tienen dificultades para desarrollar estos sistemas comunicativos de forma que soporten la agresión que toda persona recibe permanentemente. Esta dificultad también es, lamentablemente, muy común en las parejas. La razón es bastante simple, como las personas hablan creen que saben comunicar y en realidad no hacen esfuerzos sistemáticos para mejorar esa comunicación.
Toda pareja tiene lo que llamaremos puntos de fractura. Son puntos mínimos, en general hasta se podría decir que son detalles algunos hasta considerados insignificantes, o tal vez burdos, pero que cada uno le da una importancia particular. Esos puntos se van fragilizando cuando son percutidos sin que medie la comunicación que permite identificarlos, lo que podría hacer que se los proteja para evitar que un estímulo menor –una gota- pueda haberse acumulado hasta el punto que produzca una ruptura definitiva. Obvio que el otro puede verlo como una reacción sobredimensionada, lo que sólo probará que la relación no se basó en una buena comunicación.
La única forma de evitar esto es simplemente el desarrollo de sistemas de comunicación saludables que son los que permiten salidas válidas a conflictos personales de cada persona. Por eso, es saludable preguntarnos ¿cómo estamos comunicando en casa? y, aun cuando respondamos rápidamente “bien”, insistir con la segunda pregunta ¿Cómo hacemos para mejorar aún más esta comunicación? Por allí seremos capaces de hacer que nuestra relaciones sean lo bueno que siempre ansiamos.