Vestirse sin talles, crear sin moldes: la feria como espacio de identidad

"La ropa de feria me permite sentirme como el personaje más interesante y cool de la película", dice con una sonrisa cómplice. Es diseñadora de indumentaria, amante del teatro, exploradora serial de percheros ajenos. Para ella, ir a una feria es más que una salida de compras: es una búsqueda estética, emocional y hasta espiritual.

La feria como caza creativa

—Cuando encuentras una prenda en la feria, ¿qué te hace detenerte en ella? ¿Qué te "dice"?

—Muchas veces voy con una idea en mente: busco colores que no tenga, estampas que me llamen la atención. Me encantan los cuadros, los lunares, lo psicodélico, lo animal print... todo lo que sea original, divertido pero también versátil. Otras veces voy sin nada en mente y empiezo a revolver. Ahí me fijo más en las siluetas, las texturas, las etiquetas —me interesa saber si es genuinamente vintage o si es ropa de los 90 o de los 2000. Pero siempre tiene que decirme algo como "soy única" o "soy combinable". Tiene que salirse de lo común, de ese mercado donde todos tienen lo mismo y lo usan igual.

Cada prenda con historia

—¿Sientes que cada prenda tiene una historia anterior?

—Sí. Voy a muchas ferias, desde galpones americanos hasta ventas de mudanza o ferias de caridad. Y es en estas últimas donde más siento que la ropa tiene historia. Suelen ser donaciones de personas mayores, y siempre pienso: ¿para qué ocasión habrán usado esto? o ¿cómo decidieron dejarlo ir?. En cambio, las ferias grandes a veces están llenas de ropa nueva o industrial, y se pierde un poco eso retro que busco. Resignificar cada prenda también es parte de entender que la moda es cíclica: lo de los 60 o los 90 vuelve, pero resignificado. Siempre me gustó usar lo que me hace feliz, aunque me dijeran que parecía una abuela o que era rara. Prefiero lo extravagante a lo estándar.

El talle como frontera invisible

—¿Qué significa para vos encontrar ropa que te quede bien en una feria, sabiendo que muchas prendas vienen de otros países?

—Es liberador. En Argentina nadie respeta las leyes de talles, y la industria muchas veces excluye. Yo he sido desde talle M hasta un 14 US, y aprendí a no guiarme por la etiqueta. Me fijo si me gusta y si me queda, nada más. Y si no me queda, no me castigo. Lo dejo pasar, porque ya sé que voy a encontrar otra cosa que sí me quede mejor.

—¿Te pasó de encontrar un talle L que parecía un S?

—¡Todo el tiempo! Y ya lo tengo tan naturalizado que ni me fijo. Lo importante es que si me gusta y me queda, es mío. El talle lo veo después, cuando ya estoy en casa.

Una infancia sin talles, una identidad sin moldes

—¿Recuerdas una prenda de feria que te haya salvado de una situación en la infancia?

—Sí. De chica, por cuestiones físicas, fui más grandota que el promedio. En las tiendas me decían directamente que no había nada para mí. Me sentía excluida, invisibilizada. Hasta que un día fui a una feria. No recuerdo cómo llegué, pero fue mágico: encontré ropa que me gustaba, que me quedaba, y que podía pagar. Nadie me presionaba, nadie me juzgaba. Ahí compré mi primera remera, por $10. Desde entonces, la feria se convirtió en mi lugar.

Escenografía cotidiana

—Como futura diseñadora y amante del teatro, ¿cómo conectas la ropa con la creación de personajes?

—Siempre me siento un poco en personaje. La moda y el teatro son formas de expresión psicológica. Uno se viste según cómo se siente y qué quiere transmitir. Cuando encuentro una prenda, ya imagino el peinado, los zapatos, el evento… Es un proceso de estilismo completo. Y así como cada personaje tiene su vestuario, cada persona en la vida también. Si quiero mostrarme feliz, uso algo que me haga feliz: una silueta que amo, una prenda vintage o un color vibrante. La escena de la vida es más linda si estás vestida con alegría.

Libertad es no medirse

—¿Qué emociones te atraviesan cuando te pruebas ropa en la feria y te queda bien?

—Es muy distinto a hacerlo en un shopping. Ahí te sentís expuesta, vulnerable. Las luces del probador te marcan todo, los espejos son crueles, las vendedoras a veces no te quieren atender, o te dicen que todo es talle único. En la feria no existe esa presión. Podés probarte con tranquilidad, sola o con alguien que te quiere, sin necesidad de comprar. Es mucho más amable. Yo a veces me pruebo encima de la ropa y ya sé si me va a quedar. Si me gusta y me queda, listo. Me la llevo.

—¿Hay algo liberador en no tener que lidiar con la tiranía del talle?

—Vestirse como una quiere ya es un acto liberador. Y más aún si no estás atrapada en la tiranía del talle. En las ferias no hay etiquetas que digan si valés o no. Ahí, la prenda encuentra a tu cuerpo, no al revés.

Para las que buscan su lugar

—¿Qué le dirías a una niña o adolescente que no encuentra ropa en su talle en una tienda de marca?

—Que vaya a la feria. Comprar en la feria no es de pobres ni de mal gusto. Es una opción más, una alternativa real. Vas a encontrar más talles, más estilos, mejores precios y prendas únicas que vienen de todas partes del mundo. Vas a poder crear tu imagen sin que nadie te la imponga.

El personaje principal

—¿Sientes que la ropa de feria te permitió sentirte representada?

—Sí. La ropa de feria, para mí, es lo que para un pintor es la pintura o para un cantante, la letra de una canción. Siempre que viajo, pienso en recorrer ferias locales. Los que me conocen ya saben que hago mi "tour de ferias". Me siento vista entre esas montañas de ropa. Siento que siempre hay algo ahí esperándome. Y cuando otras personas lo ven y lo entienden a través de mí, eso me hace feliz. La ropa de feria me permite sentirme como el personaje más interesante y cool de la película.