Por Diego M. Jiménez
Festejos, indignidad y euforia Festejos, indignidad y euforia
Es sintomático de la ineficacia en la implementación de políticas económicas adecuadas y conducentes al establecimiento de un programa de estabilización y desarrollo integral sostenible, el festejo de "salvatajes". La ciclotimia observable en la euforia y caída de bonos, acciones y riesgo país, más el sube y baja del tipo de cambio, son la evidencia más palpable de la inestabilidad y precariedad de la economía argentina. Pero no hay novedad en ello.
Perón, el cual podría haber escrito un libro de frases éxito de ventas, decía que "la única verdad es la realidad". Una perogrullada que nuestro país se ufana en desconocer, incluidos muchos de sus seguidores. Las consecuencias de ello se encuentran en los datos de pobreza (no solo medida en ingresos, en donde la diferencia en ganar un peso más o un peso menos, incluye o saca de la categoría de pobre a las personas), en las malas condiciones de educabilidad, en las desigualdades en el acceso a la salud y justicia. Sin mencionar la producción y el empleo.
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Sin embargo, las explicaciones abundan, con una capacidad notable para cambiar diagnósticos, énfasis y pronósticos que sorprende. O no. Incluidos exministros y funcionarios, transformados en comentaristas de una historia presente de la cual parecen no haber formado parte. También, se hacen presentes "los profetas del caos", cuyas liviandades siempre consisten en el presagio de lo malo o en el deseo de su llegada. A un ritmo frenético, las novedades se suceden. Titulares urgentes, zócalos de último momento, ponen los nervios de punta a un clima de por sí tenso. La sociedad, en sus cosas, lejos de quienes dicen representarla, enfrenta sus complejos asuntos cotidianos e incrementa su descreimiento. Su orfandad es mayúscula.
La política dejó de utilizar sus herramientas fundamentales: la conversación y el acuerdo. Para ello se requiere confianza, tener claro que hacer, crear un ámbito para ello y liderazgos creíbles. Ninguna de estas cuestiones se observa en el presente y futuro inmediatos de esa actividad humana, devaluada hasta lo imposible en nuestro país.
En línea con lo escrito, el Presidente, en su reunión con su par norteamericano y en su discurso en Naciones Unidas, desnudó la precariedad de la política exterior argentina actual. Por un lado, anuncios para nuestro país sin un escenario compartido con funcionarios estadunidenses en paridad y, por otro, asientos mayormente vacíos en la Asamblea de Naciones Unidas al momento de las palabras presidenciales.
Dos situaciones que evidencian, como mínimo, el descuido de la dignidad del país. Se ignoraron modos y gestos institucionales, que siempre y en todo lugar son relevantes, imprescindibles. En esta ocasión no existieron. Por otra parte, evidencian un amateurismo imperdonable, que no cuido la investidura presidencial en su presentación en un foro que el mundo político global observa con atención. Algo a todas luces lamentables y que el Servicio Exterior Argentino, sobradamente, puede gestionar eficazmente, si no fuese sistemáticamente excluido.
Lo vivido estos últimos días, más la baja de las retenciones a 0, (una excentricidad hija de la necesidad) conforman un desorden conceptual muy a tono con las últimas experiencias económicas argentinas, algo que el actual gobierno parece sufrir sin darse cuenta de ello. En este caso, atribuible a su estilo de toma de decisiones y a su visión singularmente anacrónica de los temas locales y planetarios, que se unen amorosamente a un ciclo extenso de estancamiento y declinación económica, con su consecuencia más dolorosa: la pobreza estructural. No hay en el gobierno reflexión sistémica, solo urgencias destempladas.
El país requiere sobriedad, sentido de la historia, autoestima, sensibilidad social y profesionalismo. Algo que parece muy alejado del ego desbocado que exhibe con superficialidad el gobierno y la dirigencia actual.








