La crisis de los vínculos en la era del "visto" y la respuesta pendiente

La historia es más o menos así: mis padres decidieron mandarme a estudiar a la ciudad un día de diciembre y recuerdo que fue todo un acontecimiento. Se encerraron en su cuarto, imagino que a debatir sobre los costos, riesgos y la avalancha de pormenores que vendrían con ese paso, teniendo además dos hijos menores que terminar de criar. Para una familia de clase media baja del interior, significaba un doble esfuerzo. Me sentaron, me hablaron con firmeza, dijeron que me comprometiera y tomara dimensión del paso que iba a dar. Mi padre siempre fue de pocas palabras, pero certeras; dijo dos o tres cosas y a mí me quedó claro. Luego sí, mi madre, menuda, frontal y verborrágica en su postura, enumeró los riesgos: alquiler, pasaje, comida y resultados… sobre todo resultados.

Al año siguiente, un lunes de cada mes, caminaba las ocho cuadras que separaban mi pensión de la terminal de la Pedro León Gallo a esperar la famosa "cajita". Sigiloso y con miedo que el colectivo no se quedara por el camino, esperaba las milanesas y los huevos caseros de mi abuela Ale, las empanadas y las costeletas que enviaba mi madre. Y lo que más anhelaba: las cartas. Anhelar esas cartas provocaban un júbilo interno. Recibirlas era un acto humano. Y escribirlas, una práctica noble, que la tecnología acabó de raíz con la forma. Era nuestra forma de comunicarnos y vincularnos. La respuesta se hacía esperar pero siempre llegaba. Una pausa que hoy hemos perdido.

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Una vez más vi la película "Her", donde el protagonista (Joaquín Phoenix) se enamora de un sistema operativo. En algún momento esa voz desaparece y otra vez el hombre queda solo con sus ideas y pensamientos. Incómodo, vulnerable, indómito a la vez ¿Qué pasa cuando uno habla y del otro lado no hay cuerpo, ni presencia real? ¿Será que de pronto el "visteo" es un símbolo de los vínculos deshumanizados?

A veces no contestar no tiene nada que ver con uno, pero uno se lo toma personal.

Otras veces, sí tiene que ver: es un límite no dicho, un portazo disfrazado de silencio.

¿Qué significa que alguien te deje en visto?

¿Y si no significa nada?

Estamos más conectados que nunca, pero un "visto" nos puede dejar más solos que una carta sin responder.

En el Día Internacional del Mal de Amores (29 de julio), la psicóloga Anabela Serventi señaló que la tecnología vino a cambiar la forma en la que nos vinculamos. Aumentaron las consultas en terapia para hablar de lo que pasa con los vínculos. Surgieron términos como ghosting, breadcrumbing, orbitación, demisexualidad.

"Esto, en el fondo, muestra lo poco que estamos registrando lo que queremos y lo que sentimos. La gente termina refugiándose en eufemismos y pierde el contacto con el deseo real. Vivimos en una sociedad muy ansiosa, con gente necesitada de afecto. La noción de proceso se está perdiendo. Entonces no generamos desarrollo de habilidad socioemocionales, no generamos demora de la gratificación, no generamos tolerancia a la frustración. Y eso mismo lo hacemos con los vínculos. Nos cansamos y pasamos fácilmente a lo próximo del catálogo".

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En la era de la inmediatez, no responder es un acto de poder, de control. A veces pasivo, a veces cruel. Y el "visto" es como un forma de castigo, un mensaje sin palabras. La carta que nunca llega. Una especie de "ghosteo" cotidiano y socialmente validado.

Pienso ahora en "Esta historia ya no está disponible", el magistral libro de Pedro Mairal. Luego de un devenir de relaciones está solo y en uno de sus relatos narra cómo en una noche de insomnio se quedó enganchado con el Instagram: "La araña de tu angustia tejió la enorme red ¿Cómo fue que terminaste anoche 2am llorando y con ganas de morirte, mirando fotos de tu amor?… quisiste alivianar las cosas pasando a la flotación de Instagram pero no es que las imágenes generen angustia, sino que la angustia genera las imágenes".

También lo dice Vivian Gornick, en "Mirarse de frente": "La conversación telefónica suscita compañía rápida, estimulación instantánea. La catarsis hace que la angustia remita. La carta, en cambio, escrita en soledad ensimismada, es un acto de fe. Asume la presencia de otro ser humano. La soledad se busca, no se teme. Me hago compañía imaginaria a mí misma. Conjuro yo sola el silencio".

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Hoy es un domingo de julio y hace frío. Hay un silencio aterrador en el departamento. La calma parece indiferente, también en la calle. Intento a la mañana, al mediodía, después de almorzar. A las seis, a las ocho. Deletreo, pongo palabras y las borro: agrego"ghosteo", también "cartas y lentos", luego "inmediatez". Borro todo luego de encontrar en el medio de una libreta, dos cartas avejentadas. Una fue de un 11 de agosto, cumpleaños de mi madre. Fue enviada por mi abuelo que hoy tiene 90 años y vive al frente de mi casa paterna. "Neri. Te espero, venga a las 12 así almorzamos y compartimos. Felicito a tu mamá por su cumpleaños. Suerte a ella. Pedro".

La segunda carta que atesoro es de Elías, mi hermano menor, escrita en el primer lustro de los años dos mil: "Espero que estés bien, aquí todos bien. La Mami está haciendo empanadas para vender y la Mami Negra (mi abuela Ale) te manda huevos y carne. Matías me está ayudando a escribir y dice que le prestes tus botines de fútbol que el finde tiene un campeonato. Mandale el domingo en el colectivo. P/D: cuidate del frío".

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"La aspiración noble no está en escribir cartas", dice Vivian Gornick.

"La aspiración noble está en no perder la expresividad en toda su extensión".

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Cartas que dicen mucho. Que dicen poco. Lo que nos termina aniquilando. Y el "visto" no es el problema. El problema es todo lo que imaginamos después.